Sara
(La Estatua de Sal)
De
Héctor León Gallego Lorza
Dedico este acto de vida,
“A Sara Gallego, mi hermana, mi madre, mi hija, mi amante.
A esa mujer que nunca conocí,
pero que encontré extraviada en los delirios de mi vida.”
“Cuando ella le esperaba
amanecían las rosas.
Tenía el verano
en su mano.
Como no llegaba contó hasta cien
hasta mil
hasta infinito.
Cuando él llegó.
Ella era ya una estatua
con los ojos huecos
la boca tronchada”.
Rose Auslander
(poetiza judía)
Personajes
(por orden de aparición)
Sara: Mónica María López R.
Don Juan, padre de Sara Y
Amado, amante de Sara: Luis Fernando Bohórquez.
Sofía, gemela, hija de Sara: Olga Osorio.
María, gemela, hija de Sara: Isabel Amalia Pérez.
Matías, hermano de Sara,
El Cartero y
Jacinto, amante nocturno: Félix Londoño.
ESCENA I
Interior casa
Medellin 1.979
(Va despertando una luz ambar dejando ver el rostro de Sara, el resto en penumbra. Se oye un grito sordo. Silencio. Se ilumina un cofre que deja ver unas fotos regadas sobre el piso, Sara lo recoge).
Sara:
Soy Sara, mujer silenciosa y taciturna, nací en Medellín en 1.946, tuve dos hijas gemelas: María (se ilumina su rostro que mira a su madre, sonriente y malisiosa) y Sofía (igualmente se ilumina su rostro, quien mira indiferente a su hermana). Ambas tienen 17 años y 7 meses. Algún día de esos, que nos parece que nunca llegarán y que pasan sin dejar huella alguna, sepultados por el olvido, se murió mi madre y días después, mi padre nos arrojó a la calle. (Flash-back. El cofre está de nuevo en el piso. Sara mirándolo impávida. Sale su padre).
Don Juan:
¡Se te olvida ésto! (Le arroja el cofre. Se apaga la luz de él. Se ilumina el cofre, luego cada una de sus hijas, hasta llegar nuevamente a Sara).
Sara:
Nunca busqué la miseria, me calló del cielo como un don divino y luego de rodar como un tarro de lata por andenes, aceras y alcantarillas, decidí convertirme en una estatua de sal. (Silencio). Y junto con mis hijas comenzar un largo y silencioso camino hacia la nada. (Un silencio recorre todo el espacio. Tocan).
El Cartero: ¿La señora Sara Jaramillo? (Sara lo mira, estira su mano, toma la carta, rompe el sobre y saca la carta, la desdobla y suena un bolero de Toña la Negra ).
ESCENA II.
El mismo día en la tarde
Nueva casa
Matías:
Vamos Sara, que todavía el camino hacia la nada, es aún largo. Hablé con un amigo y está dispuesto a ayudarnos, tiene una casa en una vereda cercana. ¿Qué me dices?
Sara:
(Con ternura). Te quiero. (Lo abraza) Vamos. (Foto fija. Suena música. Cambio de luz matizando la situación dramática. Terminada la música continúa la acción).
Matías:
(Mirando a Jacinto que ha permanecido quieto en la penumbra). ¡Hola Jacinto! ¡Hemos llegado!
Jacinto:
Bienvenidos. ¿Cómo les fue?
Matías:
Bien. Te presento a Sara, a Sofía y a María.
Sara:
(Dándole la mano). Mucho gusto, Sara.
María:
(Coqueta). ¿Qué tal ?, María.
Sofía:
(Seca). Sofía, gracias.
Matías:
Jacinto gracias por todo.
Sara:
De todo corazón se lo agradecemos.
Jacinto:
No es nada. Suerte, que la pasen bien, quedan en casa. (Sara toma el centro, se sienta pensativa. Silencio. Las gemelas se disponen a dormir).
Ambas:
¡Buenas noches mamá! (Silencio).
Sofía:
Mamá, ¿y papá, no vendrá esta noche? (María la mira silenciosa).
Sara:
Tu papá... no vendrá esta noche. (La luz va quedando en penumbra, Sara recuerda a Amado, Jacinto que no ha salido de escena, se vuelve hacia ella, ahora es Amado). “Necesito que me ayudes a dormir el corazón enfermo, el alma que no te supo encontrar, la carne herida que todavía te busca.
Necesito que me serenes y que seas tú mismo, porque nadie más puede hacerlo.
Necesito que corras como agua sobre mi y me apagues, y me inundes, y me dejes quieta, alguna vez quieta en este mundo.
Tengo un gran deseo de dormir, aunque sea en la tierra, si la tierra no se parece todavía a todo lo que sobre ella amé vanamente, si no sigo encontrando en la tierra el rastro de mi vida jadeante.
A nada temo más que seguir siendo yo misma, a seguirme conociendo sin haberte conocido.
Y que cansada estoy, parece que luché contra el mar... parece que el mar me golpeó el cuerpo y me empujó contra las piedras y que yo enfurecida cogí el mar y lo doblé en mis brazos.
Me duelen los huesos, me duele hasta la ropa que traigo puesta y me duele también la soledad después que me dejaste encenderla con mi boca pegada contra ella”.[1] (Suena el bolero “Amor Salvaje” por Toña la Negra y danzan hasta quedar cerca uno al otro separados por el vidrio, se acarician y se besan como en un sueño).
Sofía:
(Que ha despertado sobresaltada). ¡Mamá! ¡Mamá! (Sara la mira). ¿Qué haces? (Silencio). ¿Te sientes bien? (Sofía no ve a Amado).
Sara:
Duerme nené. Duerme. Estoy bien, muy bien.
Sofía:
¡Te quiero mamá!
Sara:
Yo también te amo. (Ella duerme. Sara se sienta de nuevo y duerme. La luz va quedando en penumbra).
ESCENA III.
El mismo espacio
Día siguiente por la mañana
Sofía:
¡Buenos días mamá!
María:
¿Qué tal mamá? ¿Cómo te fue en este nuevo amanecer?
Sara:
Estamos mejor aquí. Y a ustedes ¿Cómo les parece?
María:
Estamos mil veces mejor aquí. Me siento feliz, no sé por qué pero me siento feliz.
Sofía:
Oigan los pájaros dándonos los buenos días. Me gusta esta casa (respira) me gusta el aire frío y fresco como lechuga. (Silencio. Mira a su madre). Mamá (Sara la mira). ¿Cuándo viene mi papá?
Sara:
(Silenciosa y pensativa). Ya tu padre no volverá, pero estoy yo... (Va teniendo una visión de Amado; éste que no ha terminado de salir de escena, se vuelve hacia ella). Recuerdo cuando era niña, mi infancia la pasé entre rastrojos y arrollos cristalinos, y el hambre no me importaba, estaban las mangas como enormes mesas verdes que corría como un pony hasta caer cansada y levantarme liviana como un globo. Era un mundo feliz, donde no existían los hombres, donde ellos no formaban parte de mi alegría, ni de mi tristeza. Era un tiempo donde yo era, pero ahora, ahora no hay rastrojos, ni arrroyos cristalinos, y el hambre de mis hijas me importa, ahora, ahora amado Amado existes tú, ausente-presente, recuerdo de mi piel. ¿Qué hace? ¿Qué buscas? ¿Qué quieres decirme? (Tocan la puerta).
El Cartero:
¿La señora Sara Jaramillo?
Sara:
(Volviendo en sí lo mira, titubea, recibe la carta, la mira). ¿Qué ha pasado?
María:
(Con ironía). ¡Te has quedado mirando el vacío de la ventana!
Sofía:
¿Hablabas con alguien mamá? ¿Hablabas con los fantasmas mama?
Sara:
¿Con alguién? ¿Con los fantasmas? ¿Con quién? ¿Díganme con quién?
Sofía:
Hablabas contigo mamá. ¿Mamá te sientes bien?
María:
(Se ríe como una loca). ¡Hablabas a solas como una loca!
Sara:
Tranquilas hijas, yo sé que en lo más hondo de sus corazones guardan un silencio triste. (Mira a María. Silencio). ¿O no María? (Esta sonríe. Silencio). Son tantas cosas juntas las que se han acumulado en mi atormentado corazón, que ya no sé que es estar despierta, o que es estar dormida, pero quisiera dormir... dormir... dormir siempre. Me gusta más estar dormida que despierta, me pasan cosas más bellas dormida que despierta ¿me comprenden? Por eso quisiera dormir, dormir, dormir siempre. (Sus hijas salen y riegan el jardín, Sara permanece sentada mirando a través de la ventana, se deja oír una canción de arrullo).
Sofía:
(Que se ha dirigido a un matero). ¡Buenos días anturios hermosos! ¿Cómo amanecieron? (Les riega agua). Hoy han amanecido más bellos que ayer, y ustedes girasoles frescos como manjar de rocío ¿cómo han amanecido? (Silencio) ¿Qué pasa? ¿por qué no me contestan?
María:
(Regando un rosal). ¿Acaso están tristes porque nuestra dueña está triste? (Silencio). ¿Por qué no me contestan? díganme algo que no me gusta su silencio, dímelo girasol fresco como manjar de rocío, dímelo. ¿Saben que mamá las ama más que a papito? ¿Lo sabían? Sí. ¿Quién se los dijo? ¿Acaso Sofía ó acaso papito? (Risas).
Sofía:
(Se dirige a un rincón del jardín donde hay un pequeño cactus, se acuesta sobre la grama y habla con el cactus, Sara se levanta y se pega al vidrio de la ventana). Y tú pequeño nené ¿por qué estás tan solito, abandonado en este rincón? (Silencio). Ven te sacaré del olvido y te pondré en medio de besos y novios, para que no te sientas tan solito (Moja sus manos y deja que las gotas se deslicen por sus dedos cayendo sobre el cactus. Silencio). Ahí estarás mejor para que no mueras de soledad. (Sofía mira a Sara, María tropieza con un rosal y éstas se derraman sobre el piso, todas la miran, se focalisa el matero, luego el rostro de cada una de ellas, por último vuelve al matero, recoge las rosas y salen. Queda Sara mirando ausente, recuerda. Entran de Nuevo sus hijas con diferentes plantas. Amado coquetea con María, éste ve a Sara, suena un bolero).
Sara:
El amor que ya no está, me hace trastabillar, haciéndome pedazos desparpajados sobre el piso, perdiéndose en el olvido de los rincones de tu memoria... reconstruírlos uno a uno quisiera en cada respiro de tu ausencia, para olvidarte nuevamente...
Hoy estoy muriéndome en tu ausencia que muere en cada tarde; y despierta en cada mañana como tus negros ojos cuando me miran. (Amado permanece en silencio, las niñas siguen su juego de regar las flores o quizás quietas como foto-fija. Tocan la puerta. Silencio. Miran. No llega nadie. Sara reacciona, Amado mira a María, Sofía da un paso. Silencio. Foto fija). “¿Sabes en cuál amor creo? En ese que fluye y refluye, que da caos y unidad y que me permite estar siempre bien. Si no es éste amor que no sea, y no es. Me preguntaba para que me gusta amar a un hombre, ser su amiga, su amante y definitivamente me gusta para despertar, pues de seguir durmiendo, sigo mejor en mi soledad.
¿A vos te gusta que yo te quisiera? (Amado vuelve y mira a Yalila). No es una pregunta, es una afirmación.
Entonces ¿por qué no me dejaste quererte? No es una afirmación, es una pregunta.
Si ya lo sé... no es el tiempo de un nosotros, es el tiempo de un yo fragmentado, disuelto, separado.
El amor ha trasgredido la emoción para posarse en el país de la muerte, del sueño, habita hoy en mi el país de la muerte.
¡Buscando la esencia del amor me perdía de la mía! Bien podría decir que no te quiero. Bien... puedo sentir que aún te amo, pero lo que puedo recibir de tí, creo ya me lo has dado, ya lo tuyo está en mí.
Tu semilla retoñará algún día en algún solecito que haya en mi alma, regada con sudor, lágrimas, gozo y angustia. (Sofía riega el cactus. Silencio). Pasarán las cosas como suele ocurrir, pero saldré reverdecida, con el agua en mis ojos, las flores en mi rostro y la raíz en la esencia de mi ser, como suele ocurrir”.[2] (Amado sale y se detiene, mira a María, se va. Las niñas entran en la casa).
ESCENA IV
Interior casa
El mismo día. La misma mañana.
(Sara no se ha despegado de la ventana; Amado que no ha terminado de salir, se vuelve hacia ella).
Amado:
(Silencio). Quisiera tener a quien acariciar, a quien oler, a quien arañar, a quien robar su tranquilidad y a quien poder rasgar su vientre con mis dedos, con mi boca, con mi lengua y con mi aliento abrirle el corazón. (El amante entra por el lado contrario. Suena un bolero que los tres danzan).
Amante:
(Dice el mismo texto y agrega)... Y quiero que seas tú. Sin importar quién eres. Sólo tú, Diosa de la nada, del aire, del éter, simple como el agua.
Amado:
(Repite el mismo texto y agrega). Pero ya no a ti Sara, ya no a ti. Somos un amor que nos perdemos en la inmensidad del deseo.
Sara:
(Silencio). Sabes amado Amado, el deseo no es exclusividad de Los hombres y esa noche de estrellas brillantes encendidas como faroles y de luna pálida como el deseo, cuando ví a lo lejos que se acercaban dos siluetas negras como gallinazos en la noche, y descubrí que era Matías que venía con Jacinto; y al acercarse me dí cuenta que había encontrado algo que no buscaba: El amante nocturno. Sin buscarlo, el tiempo nos unió en el mar del deseo y esa noche sentí que ese cuerpo extraño me estaba esperando, sentía que era un cuerpo que me pertenecía en ese momento eterno, como la negra noche de estrellas brillantes, encendidas como faroles, y de luna pálida como el deseo, porque sabes qué amado Amado, se desea sin amar, hasta la locura y se ama sin desear, me hechizó el momento y me embriagué hasta el despertar. Amores que se pierden en la inmensidad del deseo (silencio). ¡Dime! ¿Es eso una puta? (silencio). Ya sé... lo que piensas. Eso piensan todos los hombres. Si eso, es una puta, entonces quiero ser una puta.
Fue sólo un eterno instante, efímero como el viento, como las flores, sí, porque al día siguiente nos vimos, nos saludamos y sentí que era pasar frente a un paisaje ajeno y no parar de mirarlo, porque mi destino es otro (mira a Amado). Porque estás tú, amado Amado, porque estás tú (suena un bolero y Los dos hombres giran en torno a ella, se acercan, quedan tras el vidrio, levantando las manos para acariciarla).
“¡Ay, amor! ¿por qué nos dolemos tanto? No quiero hacerte daño.
Es algo que está por encima de mi que aunque tú estés conmigo, estás sin mi y más con tu soledad, y aunque no esté contigo, estoy atada a voz y no he podido irme bien.
¿Ser o no ser?
¿Estar o no estar?
Ahí está nuestro dilema. El cielo a pesar del infierno. Esta paradoja nos está enloqueciendo”, amado Amado, no he tocado tus pálidas manos blancas como las nubes y ya las siento frías, ausentes, lejanas como dos golondrinas que quisieron huír de las mías.
Sabes qué amado Amado, soy la pescadora de los vértigos de las profundidades de tu ausencia, de tu indiferencia como piedras de mar. Soy la pescadora de tus dientes como peces blancos que me hablan, me susurran arrullos de arena en el oído, amado Amado. (Van deslizando las manos hasta despegarlas, Sara se sienta).
ESCENA V
El mismo lugar
El mismo día
(Amado que no termina de irse, se da vuelta y mira hacia el interior de la casa, María y Sofía al verlo se paran en coro, se miran, se sientan. Silencio. Foto fija. Amado entra a la casa. Sara serena, María coqueta, Sofía serena. foto fija. La escena debe ser de una sutil tensión, Amado mira fijamente a Sara y ésta al vacío. Silencio. María que está sentada al lado de Sofía que mira a Amado, va subiendo sutilmente su falda arriba de la rodilla, los ojos de Amado van al muslo de la joven, los ojos de Sara al rostro de Amado, Sofía se para y deja caer un matero de rosas, María coqueta, intencionada, se baja la falda, los ojos de Sara van al vacío, los de Amado al rostro de Sara, Sofía se sienta y mira a María. Foto fija. Silencio. María abre las piernas, dejando ver sus interiores, Sara se incorpora simultánemanete a María, los ojos de Amado van a los interiores de la joven, Sara sale, Sofía la acompaña, María cierra las piernas. Ríe burlona).
Amado:
¿Por qué haces eso a tu madre?
María:
(Para de reir de golpe). ¿Y tú? ¿Por qué haces eso a mamá? (Seductora). Dime, ¿Por qué haces eso a mamá? (Silencio). Ya sé... “Porque hay carnes frescas como perfumes de niña, suaves como oboes, verdes como prados y otros corrompidos, ricos y triunfantes”[3] ¿Por qué haces, eso a mamá? Dime. (Silencio). Ya sé... porque no soportas ver mis jóvenes cerros de carne tan provocativa como niña. (Se coge los senos por encima del vestido, aullan los perros). ¡Escucha! Son los fúnebres aullidos de los perros que envuelven en celo la negra y oscura noche de la vereda. Entre el amor y la muerte soy un pálido fantasma que deambula, paseante solitario en el cielo o quizás en el infierno buscando un leve momento de reposo.
Ya sé... Ustedes los hombres son puro semen, no les importa meterlo donde sea, con tal de descargarse como una pila, y ya, sin importarles quien hay detrás de cada cuerpo que copulan cada noche, o no, amado Amado. Dime. (Silencio). Eso te pasó a ti con mamá, y ahora enloqueces no por mí, sino por mi cuerpo que estoy segura que cuando lo copules se acabó todo y ya, efímero como el viento, como las flores, una más en tu lista absurda e interminable de vaginas. Sabes qué amado Amado, sufre por mi no tu espíritu, sino tu falo que ruge como un toro encerrado por mi cuerpo. (Ríe burlona, calla de golpe). Si eres capaz sufre por mi hasta el desespero de los sentidos, igual que mi madre sufre por ti. (María ha venido seduciendo a Amado). Deséame tanto, quiéreme tanto, sufre tanto si aún te quedan sentimientos para amar. Como mi madre sufre por ti y no olvides que el deseo y el amor son una cadena infinita de eslabones de cubos de azúcar que luego de saborearlos, uno a uno, nos encontramos más solos que un poste en una esquina, y el único consuelo que nos queda, es la experiencia de amar. (Entra Sara. María sale. Sara y Amado se miran. Amado va saliendo. Se detiene).
Sara:
(Suena un bolero). “Me preguntaba para cuándo y para qué deja uno tantas puertas cerradas, tantos inicios de frases, tanto silencio flotando... siempre tratando de parecer una mujer fuerte, la más fuerte de todas las mujeres y mi fragilidad por dentro, doliéndome por todo. Siento que ya he habitado todas mis defensas por evitar mi necesidad del otro, mi necesidad de ti, también...
Repasando he estado, paso a paso mis amores actuales...
Mi cabeza se debatía entre si quererte o no quererte... Loca cabeza mía inocente de mi corazón quien ya, sin preguntar, sin necesidad de razones, con la simpleza del agua, ya te estaba amando. Que he de buscar fuera, si mis amores actuales se resumen en ti. Aunque no estés. Cuánto he habitado amor, en tus abismos de hoy.
Cuánto he anhelado en esta soledad, la soledad de tenerte cerca amor: ¿Cuál es tu empeño en ir más abajo del abismo? Bajo el abismo no hay nada. Solo detrás, solo del otro lado del abismo está tu cumbre ó dime amado Amado: ¿Qué has hallado allí donde tanto te arrepientes? (Amado mira a María que ha aparecido por el lado contrario a él). ¿Qué pretendes hallar allí, de donde quieres salir cada que sientes el vértigo”[4]. (Aullan los perros). ¡Escucha!... (Silencio). Son los fúnebres aullidos de los perros que envuelven en celo, la negra y oscura noche de la vereda, entre el amor y la muerte soy un pálido fantasma que deambula, paseante solitario en el cielo o quizás en el infierno buscando un leve momento de reposo. (Suena un bolero. Bailan ambos. La luz va desvaneciendo a Amado y va apareciendo Sofía; Sara la mira con ternura). Tómate el desayuno Sara, que vas para paseo todo el día. ¡Papá pero si no tengo hambre! ¿no entiendes eso?
Sofía:
(Mirando triste). Mamá no soy Sara, soy Sofía.
Sara:
Cómo? ¿Por qué me lo dices? Claro que eres Sofía.
ESCENA VI
Nuevo día por la mañana
(La casa se encuentra vacía. Sara en silencio, tranquila, sentada en la mitad de la casa, sobre un banco de madera destartalado de color rojo. A su lado haciendo juego, una destartalada mesita sobre la cual descansa un vaso con agua, un pequeño frasco café y una cucharita, los cuales mira intensa y pensativa. Sus movimientos son tranquilos y decididos. Sobre la mesa destapa el pequeño frasco y lo vierte en el vaso con agua, el cual cobra un color negro viscoso; lo mezcla con la cucharita, levanta el vaso, se lo lleva a la boca, en ese momento se da cuenta que sus hijas la observan a través de la ventana. Sara como si no las hubiera visto se toma la negra pócima).
Sofía:
(Da un grito sordo, agudo). Mamá... (Golpea el vidrio, grita, su voz no se escucha, Sara se retuerce, Leila corre, sale, vuelve a entrar, se pegan a la ventana, llega Matías sin comprender que pasa; se pega a la ventana, Sara los mira pero no oye nada). Ábrenos mamá, te queremos mamá, no te vayas.
María:
¡Perdóname mamá! No te vayas mamá. Te amo mamá. Te amo. Créemelo. Te amo.
Matías:
Abre la puerta Sara. (Trata de abrir pero no lo logra. Sara sigue retorciéndose alrededor del cuarto, al son de un bolero; sus hijas se mueven de un lugar a otro, gritan, maúllan, lloran, la madre se pega a la ventana, los mira con ternura y les dice:).
Sara:
Adiós hijas, no soporto más, déjenme partir al infinito del cielo o quizás del infierno a enterrar mis penas secretas y poder encontrar un leve momento de reposo. (Suena un bolero. Cae del cielo un bulto de harina sobre Sara convirtiéndola en una estatua de sal. Silencio. La luz se va desvaneciendo, oscuridad, sigue sonando el bolero en la penumbra).
Fin
La Unión—Medellin, diciembre de 1.995
1Dulce María Loainas (Cuba).
“Sara” (La Estatua de Sal), fue Estrenada el 15 de octubre de 1998. En la sede de la Corporación Artística Teatro El Fisgón.
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