“Arte, Violencia y Derecho”
Llevamos en nuestras pupilas, marcadas con llanto y sangre, la historia de la violencia en el barrio que es la violencia de mí país. Héroes sin nombre, figurillas de papel, fantasmas errantes por calles y esquinas, buscando un amigo con quien hablar.
Conocí la violencia de niño, de la correa de mi padre, y desde entonces no he parado de enfrentarla.
Una violencia que no ha desaparecido. Es un ser vivo y además monstruoso. Muta constantemente, es un camaleón. Una violencia que se abona con esmero, y se ahonda sin control alguno. Toma otras formas, otros tonos, otros rótulos, otras siglas; pero sigue siendo violencia, más descarada y más nefasta.
Se paramilitarizaron las calles y junto con ellas los pillos, malos y buenos. Hasta las vecinas se paramilitarizaron.
No hay que ser antropólogo, sociólogo, abogado, filosofo o historiador, para saber que uno de los factores de la violencia urbana, es no poder acceder a nuestros derechos fundamentales como sociedad. Derecho al trabajo, derecho a la educación, derecho a la vivienda y sobre todo derecho a la vida. Derecho al respeto humano. El carecer de estos derechos y no haber inversión social por parte de los agentes que conforman el estado, la violencia se presenta como única salida, una fuente de empleo y para matar, hoy en día en Colombia, no hay ni que odiar. Pero que de odio también estamos hechos. Esa es nuestra herencia del pasado. Fuimos descubiertos por uno barbaros y lo primero que conocimos fue la violencia de la cruz y la espada del conquistador español. Foráneos que me han enseñado a amarlos como mis héroes. Me enseñan a amar la mentira como verdad.
En nombre de Cristo, han exterminado comunidades enteras. En nombre de la civilización implantaron la barbarie. En nombre del progreso destruyeron selvas enteras. El presente, es un presente en crisis. “Realmente vivimos tiempos difíciles” (1), no veo sino apariencia. Pero sin embargo, existe la malicia Indígena, el bullerengue, el rap, el punk, el teatro, que todo el tiempo reivindica al hombre.
Somos una sociedad en crisis.
Somos un arte en crisis.
Somos un teatro en crisis;
Y la crisis tiene un contexto social.
Veo degradación y decadencia en las calles, e igualmente en las estructuras que sostiene el estado: El congreso, la policía, el ejército, los alcaldes, los concejales, los médicos. Vivo en una sociedad, donde el pan de cada día, es un muerto, un secuestro, un desaparecido, un atentado, un fraude. En un lado los suntuosos carros pasar, y en la otra acera de la calle, hordas de confiteros, acechando los buses. Esa es mí tacita de plata.
“Cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.
Cada pueblo tiene los delincuentes que se merece” (2)
Vivo en una sociedad, donde ya no es suficiente matar, sino llegar a la barbarie del conquistador: Serruchar, descuartizar, decapitar, quemar, de querer matar el alma, que ya no esta allí, que estará quizás, en cualquier punto del éter riéndose de nosotros.
Vivo en una ciudad donde se institucionaliza la mentira como verdad. Donde se institucionalizan y bendicen los bombardeos de ciudades enteras en nombre de la libertad y la paz. Donde se institucionalizan “Expediciones criminales”, donde tienen por objeto restablecer el orden y la paz social”.
“Funden en las cárceles el estado de derecho”.
“Todos en una guerra de clases. Hombres que aman hasta la muerte la diferencia social y eso los mantiene vivos”. Se globalizo la desesperanza. El amor ha sido pisoteado. En nombre de Yaveth, Alá, Geova, Cristo, Buda, se ultraja, se invade, se censura, se degrada y asesinan al hombre. ¡Criatura de Dios!
Matar para vivir ó
Vivir matando.
Esta es la ley de mi ciudad.
Habitamos una ciudad reconocida por las estadísticas, como una de las más violentas en el mundo, y eso no es un orgullo paisa. La violencia viene de la mano de la miseria. La violencia es un camaleón, se mimetiza y cambia. No es la misma de ayer.
Convivimos entre el cruce de odios, donde cualquier cosa es razón para matar. Convivimos entre criminales, que son amigos de infancia, compañeros de estudio, nuestros vecinos. Mi carnal. Al mismo tiempo tiernos, enamorados, humanos e inocentes. Seres que buscan desesperadamente a gritos y sin esperanza, en la pulsión de la violencia, una posibilidad de dignificarsen como hombres, como personas frente a una sociedad hostil, clasista, racista, sexista e indiferente y desmoralizante que los ha visto fracasar.
¡El bien común ya no existe!
Nos encontramos frente a un hombre sin moral. Ignorante. Indiferente. Apático.
Veo en la agresión de los hombres, un acto de sobrevivencia (como en los animales) donde se corren riesgos y donde la esperanza se pone a prueba, en cada acto de sus vidas.
Vivimos en medio de las contradicciones extremas, tratando de encontrar respuestas al caos, por lo antropológico, lo social, lo político, lo histórico, lo metafísico, por lo artístico, por lo teatral, por lo educativo.
Vivo una generación que encuentra un sentido por lo bello en la violencia; en mi caso, la violencia en el arte, para mí la literatura y el teatro son actos de delincuencia, siempre fuera de la norma. De la institución. Mi pulsión de violencia, la padecen mis personajes, comparto con ellos amorosamente la posibilidad de ser un ángel o un demonio o las dos cosas a la vez. Comparto con ellos amorosamente la fusión entre el cielo y el infierno, entre el caos y el orden.
¿Dónde nos cabe tanta miseria? Porque esta ya ha tocado fondo.
¿Dónde nos cabe tanto silencio? Porque ya no soportamos estar más mudos.
¿Dónde está el hombre? Porque no veo sino salvajes.
¿Dónde esta el nombre? Porque no oigo sino alias.
¿Porqué tanta violencia? Pienso que la respuesta está en el pasado. Volver la cara y mirar que hemos dejado. Pienso que lo que hemos dejado es desolador.
“Los tiempos pasados no fueron mejor”, pero los actuales tampoco. (Hablo de los campesinos desplazados, asesinados y desaparecidos. Hablo de las manos de los que cultivan nuestros alimentos, reventadas. Hablo de los pobres de este país destrozado por la impunidad.)
¿Dónde están los tiempos mejores?
¿Será que no hemos llegado a ellos?
¿Será que están por construir?
¿Quiénes lo construirán?
¿Unos cuantos hombres?
¿Unos cuantos grupos?
¿O todos juntos?
¿Quiénes lo construirán?
Pienso que vivimos la época del individuo (indivisible) del ser, ser no por el tener sino por el ser. De la persona por encima de la sociedad del espectáculo, de las estructuras políticas, de las estructuras religiosas, y eso debe ser un objetivo humano por encima de la propia conciencia. Ese sería un acto de amor entre los hombres.
La violencia de ayer, no es la misma de hoy, la violencia muta, tiene mil caras, se manifiesta de mil maneras, de mil colores. La violencia esta en casa, asechándote como un fantasma.
La violencia muta y al poseerla las ganas de poder, de la acumulación de riqueza, se expresa de muchas maneras. Como el teatro que es único e irrepetible; así es la violencia, sutil. No tiene necesariamente que incomodar, ésta manipula. Dura las veinticuatro horas del día. Se manifiesta directa o indirectamente, en un tono, en un gesto, en una palabra. Es más gesto que verbo. Es acción.
Aquí no venimos a divertirnos. La violencia es un fisgón, un monólogo constante en nuestras vidas privadas, pero frente a situaciones tan adversas de mí país también hay seres que se organizan, y salen del monólogo al diálogo, rompiendo este miserable silencio. Ese debe ser el teatro, dialogisidad.
Un teatro que rompa el silencio miserable. Porque algo si debe quedar claro, el arte y en particular el teatro, debe ser la anticultura de esta sociedad.
¿Qué hemos dejado?
Condiciones sociales precarias, inhumanas que han padecido indios y negros en la colonia y en los últimos 60 o 70 años los campesinos desplazados y masacrados, y la clase trabajadora explotada y humillada. ¡Eso hemos dejado! Ese es nuestro bello pasado. El pasado humano no es mas que baldados de sangre y a eso le llaman Civilización.
La política desorganizada siempre favoreciendo a la corrupción y sin legislar todavía. El estado no sabe que hacer con la corrupción, porque todos son unos corruptos.
Recorriendo estos antecedentes tan cotidianos, en nuestra patria, podemos decir, que no hay leyes para la corrupción y podemos decir sin temor, que las leyes se quedan en el papel y que esta incredulidad social, viene de tiempo atrás, y hoy día, ha cobrado matices de barbarie.
La corrupción de los agentes del estado: Contratistas, congresistas, policías, militares, es insostenible. No hemos podido superar la política del amiguismo, por la idoneidad, la ética y la sensatez. ¡La honradez se perdió!
La política como expresión última de la razón es un fracaso en nuestro país. No hemos podido superar 500 años de violencia y sangre. ¿Cuánto hay que esperar? Esto no es tarea de unos cuantos, de unos pocos escogidos, como mandados por el corazón de Jesús. Esto es tarea de una nación unida, de todas las clases, de todas las etnias, de todas las religiones, de todos los sexos. Una idea de nación que nos incluya a todos, de lo contrario la barbarie siempre será el rey.
Un sistema que tolera y promueve la corrupción, la injusticia, la mediocridad, la inoperancia y el absurdo como verdad, es un fracaso.
Tenemos que resistir, y hablo de una resistencia universal, no local. El teatro debe decir cosas, reflexionar junto con el hombre, para no terminar fugándonos a la clandestinidad y el olvido, a la indiferencia, absorbidos por la fama y el estatus quo. Por el reconocimiento miserable del establecimiento.
Estos huecos, estos hoyos negros son el reflejo de la corrupción del estado. Son estos agentes quienes se agencian el caos, y por ende de la decadencia de su perpetua crisis.
¿Cómo no van haber sicarios, prostitutas, mediocridad, locos, suicidas, seres errantes sin esperanza, si la corrupción tiene en los límites extremos de pobreza a nuestro rico y bello país?
Para la gran mayoría de jóvenes ante el fracaso de posibilidades de estudio, de trabajo y un eminente recrudecimiento del problema social y político, no encuentran más que un camino: La violencia. Y para eso hay mucha oferta y un gran deseo profundo de venganza, que se manifiesta en una actitud agresiva sin control contra la sociedad. Ellos son los reyes, los que mandan y controlan por medio del terror de las armas. Han hecho de la cuadra su imperio y de la esquina su oficina de maldad. Han vencido escrupulosamente el pudor de matar a otro ser humano, por una mísera paga. No aguantaron más la miseria y cayeron en otra peor.
Todo se me presenta tan irreal, tan de mentiras, uno permite que abusen de uno, por cualquier bombón, hasta de entregar la conciencia por hambre. Somos igual que los animales, pero más violentos, astutos y destructores que ellos. Seres deshumanizante. Ya no hay humanidad. No hay amor. Y saber que al lado de un pobre vive otro pobre.
El derecho como mecanismo de control del sistema y siendo el instrumento más eficaz, tenaz para controlar la conciencia de los seres humanos, y que aún bebiendo de la moral, se presenta como un sistema injusto, inoperante e inevitablemente corrupto, incapaz de cambiar las condiciones sociales degradadas del país, ha perdido su legitimidad.
Son los delincuentes los que están en las cárceles, pero pienso que hay muchos más en las calles, y en las instituciones, y para un ejemplo bien palpable mire la vida política de nuestro país: Asómese al congreso, allí la honradez se perdió y las palabras patria, honor, humanismo, ética y democracia ya perdieron su valor real. Ya el lenguaje no nos comunica. Al haber engendrado la corrupción no tienen legitimidad para castigar a los delincuentes; y en este país la delincuencia es una opción de vida, y el absurdo social como verdad se institucionalizo.
La vida le ha quedado grande al hombre. No conoce la felicidad, le dedica más tiempo a la guerra que al amor.
Vivimos en una sociedad, donde hasta el más traidor sobrevive. ¡Vivimos de mano de la violencia!
En cada esquina un muerto quiere hablarnos, con esos muertos quiero hablar yo.
Son seres que encuentran en la violencia la posibilidad de dignificarsen como hombres. Románticos de la pistola y la vida sin futuro. Vivir bueno un día y no miserable toda una puta vida.
Me gusta la violencia en el teatro porque también encuentro en la agresión, el vértigo de la vida y de la muerte y sobre todo, donde la esperanza se pone a prueba. Me gusta la violencia en el teatro, porque la encuentro plena de héroes, de traición, de excremento y sangre.
Veo en el arte, la posibilidad de descargar y sublimar la violencia, como pulsión de muerte y destrucción en la obra de arte.
Vivo en una sociedad, donde se mata muerto de rabia o cagados de la risa.
Y entre más violencia, más bonito se pone Medellín.
Pienso que un teatro, donde no haya violencia, es un teatro muerto, sin vida.
Solo en la contradicción de la violencia podemos exorcizar el alma de los hombres.
Héctor León Gallego Lorza
Maestro en Arte Dramático
Universidad de Antioquia
Medellín, septiembre 7 de 2004
(1) Bertol Brecht
(2) Osho
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